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Kampot, día de moto y risas

Buenas y satisfechas noches desde Camboya:

El balance del día viajero de hoy se puede decir más poético pero no más claro: ha sido de diez. Kampot se ha levantado gris y amenazando lluvia, lo que para nuestro gozo ha resultado ser una alarma de lo más falsa. La jornada, que ha arrancado con dudas sobre cómo hacer lo que queríamos hacer (visitar el Parque Nacional de Bokor), ha acabado con sonrisas, momentos entrañables, y un buen saco de aventuras en la mochila.
Bokor, en Camboya

Mañana recorriendo el Parque Nacional Bokor

La clave de todo es que, por fin, lo hemos hecho. Me refiero a que nos hemos sacudido el miedo al frenesí del tráfico camboyano lanzándonos a alquilar un motorino, gestión mediante de nuestro maravilloso y recomendable hotel en Kampot: el Rikitavi. El trasto nos ha costado el irrisorio precio de 5 dólares, ¡lo que viene siendo un chollo! Que conste, insisto, que el tema nos daba un poco de respeto, por eso de que aquí en el sudeste asiático se conduce como se conduce, o séase, ¡con faldas y a lo loco! Sin embargo, el panorama de la alternativa -el alquiler de un coche con chófer por 40 dólares-, una opcion que nos asemejaba un tanto rancia, ha supuesto el empujoncito definitivo que necesitábamos para dar el salto adelante a la aventura.

El brinco sobre las dos ruedas ha sido un gran, gran acierto, un plan que recomiendo a todos.


Moto arriba, moto abajo, curva aquí y curva allá... Hemos pasado la mañana recorriendo el Parque Nacional de Bokor, surcando sus excelentes carreteras, a la vez que sumando capas de ropa a medida que ganábamos altura. De repente nos hemos visto envueltos por una espesa niebla, muy en plan Los otros, que ha llegado para quedarse. Su aura de misterio y humedad nos ha acompañado durante la mayor parte de la ruta, así que ha sido momento de sacar chubasqueros y abrigarse.

Una de las cosas que más nos apetecían de visitar el parque era conocer Bokor Hill Station, un pueblo abandonado que sobre el papel parecía de lo más interesante, con sus restos de edificios en estado ruinoso, entre siniestros e inquietantes. En la práctica, la cosa se reduce a un templo, una iglesia y un antiguo palacio, este último en reparación; en todos hemos hecho parada para rendirles la pleitesía que se merecían.
Bokor Hill
Aquí estoy yo haciendo el tonto en la puerta del templo abandonado. Aunque mi foto no lo demuestre, hoy la niebla ha hecho que los tres  edificios infundieran un respeto de lo más espectral y tenebroso.

Este es el palacio en cuestión, ¿verdad que parece como si de un momento a otro Nicole Kidman fuera a salir del edificio? En definitiva, Bokor Hill tiene su gracia, no me arrepiento para nada de haberlo visto. En cuanto al conjunto del parque en sí, la verdad es que es enorme y está muy cuidado, aunque me sigue sorprendiendo el concepto tan diferente que tienen aquí de Parque Nacional respecto al que tenemos en España, o al menos al que yo tengo. Me refiero, por ejemplo, a que en Bokor no hay senderos, a que la gente no va a caminar o perderse por su naturaleza. 

Tarde en ruta a la cueva de Phonm Ch´nork

De vuelto a Kampot, nuestra idea era continuar la ruta en moto y visitar otro de los lugares de interés de los alrededores: la cueva de Phnom Ch´NorkPara llegar hemos tenido que parar a preguntar en un par de ocasiones, ya que la señalización era insuficiente. 

El plan nos ha regalado una de las mejores tardes del viaje.

El camino, que durante sus últimos kilómetros ha discurrido por un incómodo terreno sin asfaltar, lleno de baches y socabones, me ha reconfortado el alma, me ha devuelto al viaje y me ha hecho conectar mucho y muy fuerte con Camboya. Un camino que nos ha regalado estampas de lo más pintorescas; hemos atravesado un mundo rural maravilloso, de puro campo, de gentes auténticas, niños y adultos saludándonos al pasar, brindándonos sonrisas impolutas... ¡qué seres tan deliciosos, cuánta alegría! También admirables, pues los observaba y no podía evitar pensar que son hijos de la guerra. De igual manera, mi cuerpo se ha estremecido al cruzar la mirada con algún anciano, al reconocer en sus ojos la dureza mezclada con un atisbo de tristeza.

Me quito el sombrero ante un país de supervivientes. 
cueva de Phonm Ch´nork


Reflexiones aparte, atención a la escalera para subir a la cueva de Phonm Ch´nork, ¡da mucho juego! 


Hemos pasado algunos minutos curioseando el interior, admirando su altura y el capricho de sus formas. ¿Lo mejor? Estar prácticamente solos, sentirnos exploradores, poder escuchar el revoloteo de los murciélagos sobre nuestras cabezas. 

En conclusión, la visita a la cueva de Phonm Ch´nork está bien, aunque para mí lo mejor de la experiencia ha sido lo que el camino para llegar me ha hecho sentir, lo que he visto desde la moto. Las sonrisas, los saludos, la amabilidad, la humildad y, en definitiva, la autenticidad.









Mañana dejamos Kampot y ponemos rumbo a la capital, a Phnom Penh. ¡La aventura continúa!