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Viaje de una semana a Israel: día 4

Gracias María. Gracias por preguntarme, por así animarme a retomar el pasado, por motivarme para devolverlo al presente. Gracias, querida lectora, por ayudarme a saldar una deuda pendiente, a retomar el hilo y dar las puntadas necesarias para coser un quilt en forma de relato viajero, que este bien lo merece por lo maravilloso del destino: Israel.

Toca, pues, reabrir fotos y ordenar pensamientos. Ha pasado tiempo pero lo vivido fue tan intenso que, creo, no me costará evocar sensaciones y describir acciones del que fue el cuarto día de viaje por Israel, quizá - como ya me encargué de apuntar en la entrada anterior - el mejor del periplo.

RELATO DE VIAJE A ISRAEL: DÍA 4 (miércoles)


Tras dormir unas horas a los pies de la mítica Masada, en el centro de Israel, abro los ojos con emoción, presintiendo que un gran día nos aguarda.

El plan es nada más y nada menos que ver amanecer desde la mítica Masada, y por eso nos levantamos a una hora intempestiva, entre las 4 y las 5 de la mañana. Aturdidas, cargando un saco de sueño a la espalda y acompañadas de un reducido grupo de desconocidos -al que nos une el anhelo de contemplar el que dicen es uno de los amaneceres más bellos del mundo-, dejamos atrás el hotel (que gran acierto). Envueltas por la oscuridad, cuando son las 5.30h, iniciamos el empinado ascenso que nos conducirá a una cima cargada de historia (para lo que llevar un frontal o una linterna será de gran ayuda).

Para entrar en el parque nacional hay que pagar. Una vez dentro, mi primera foto del día la tomo a las 5 horas, 11 minutos y 33 segundos de la mañana. ¿La última tras el ascenso? La habré tomado a las 7 horas, 23 minutos y 48 segundos. Entre y entre, ¿qué? Pues que suceden algo más de dos horas de génesis de un recuerdo imborrable, un espectáculo indescriptible de colores alucinantes, un paisaje de desierto marciano, de luces del alba en un horizonte infinito y de un amanecer cambiante que no quiero que acabe. Nunca.

Nos tomamos la subida con calma. Queremos mirar, fotografiar, asomarnos, sacarle jugo al momento. Me canso, esto fatiga, así que decidimos no llegar a la cima, quedarnos a unos pasos, no nos importa. El amanecer en Masada no va de llegar a ningún sitio, sino de gozar a cada paso, detenerse  a observar cómo la luz cambia. Sí, tiene algo de místico.


(Nosotras jugamos con ventaja, hacemos trampa, ya que más tarde tenemos una actividad que nos llevará hasta la cima de nuevo, a conocerla en profundidad).


Ver amanecer desde Masada es un regalo de la vida. 

Subida a Masada

Cuesta pero hay que continuar. Nuestros anfitriones de Turismo de Israel nos han reservado un tour en jeep con visita a Masada de 8.00 a 15.00h, así que a las 7.30 horas ya estamos de vuelta en el alojamiento, pues es cuando empiezan a servir el desayuno. Media hora después y con el estómago contento nos encontramos con el guía, Harel, un tipo que parece muy agradable. A las 8.30 ya estamos tomando el funicular de subida a Masada y al llegar al hall de entrada... ¡qué gusto! Lo encontramos tranquilo y vacío, ni rastro de turistas, según Harel porque es pronto y los grupos aun no han llegado (¡bien!). Estamos encantadas.

Visita a Masada
Teleférico que sube a Masada

El recorrido por el recinto de Masada es despampanante, muy instructivo, y empapa nuestro viaje de historia. Comprende un entramado de estructuras, murallas, viviendas, residencias, torres y cisternas, almacenes y palacios. La visita a la fortaleza de Herodes me causa una fuerte impresión y, gracias a las explicaciones de Harel, nuestro guía, alcanzo a intuir la vida que una vez movió esas piedras, a leer el sufrimiento, las diferencias sociales, el asedio, la muerte. 

Visita guiada a Masada
Nuestro guía Harel
Visita a Masada
Palacio de Herodes, en Masada

Dedicamos unas dos horas a la visita por el recinto. Se podría hacer en menos o en mucho mas tiempo, según el interés de cada uno, el rato del que se disponga. Personalmente, me ha parecido una buena medida. 



A las 10.30 tomamos el funicular de vuelta a la base de Masada y, tras la visita, es momento de sentarnos y dedicar tiempo a saborear un café mientras debatimos cuáles serán nuestros próximos pasos. El guía, súper amable, nos plantea varias opciones y decidimos ir hasta el "small crater", a una media hora de donde nos encontramos.

Cisterna en Massada

A nuestro lado discurre un agua azul turquesa. Son las 13 horas cuando cambiamos de vehículo y nos subimos a bordo del robusto jeep 4x4 de "Desert Trails", la empresa de Harel Zaltzer. Sentimos que el desierto de Israel se acerca, que es momento de adentrarse en tierras yermas, ¡qué la aventura continúa! Empieza así nuestro recorrido por el Zin Wadi (valle) de la mano de Harel. De nuevo, para nuestra maravilla, disfrutamos de una soledad absoluta, rotunda. Nuestro acompañante nos comenta que en esta época del año y entre semana lo habitual es no cruzarse con nadie. Siento que el desierto es mío, ¡nuestro! Un dato importante a tener en cuenta es que la mejor época para visitar el desierto de Israel es octubre- noviembre o marzo- abril (a pesar de que, en general, cualquier estación es buena menos pleno verano).

María y yo en el desierto de Israel

Nos encontramos en el valle de Aravá (o valle de la sal), también conocido como el Néguev. Me resulta muy emocionante pensar que los confines que nos rodean son el Mediterráneo, la península del Sinaí, las montañas de Moab y el desierto de Judea. Utilizando un rotulador y la luna de su coche, Harel nos dibuja un mapa de la zona y nos explica gráficamente el origen geológico de lo que nos rodea. Un lujo gracias al que todo cobra sentido. Muy recomendable.



Es un guía estupendo, simpatiquísimo, y disfrutamos mucho con él, andando y observando, aprendiendo el por qué de las cosas, de las capas de sedimentos de bellos colores que mezclan el rosa y el marrón y dan forma a este, el desierto de Judea



A las 15h nos separamos de Harel con pena, penita, pena. Es hora de continuar y decidimos aprovechar las horas de luz que quedan para acercarnos a Ein Bokek, un "resort" bañado por el Mar Muerto. A ver si conseguimos nadar con más comodidades que ayer...

De las dos entradas a Ein Bokek elegimos la segunda porque nos da mejor "feeling". La vemos alejada de la zona de las salinas y desde la carretera, el agua parece más turquesa. 

Después del madrugón y del día pateando por el desierto nos apetece dejarnos mimar, así que optamos por alquilar una toalla y tumbarnos en una hamaca. Pero, ¿qué ven nuestros ojos? A lo lejos divisamos, cuál oasis, la torre orgullosa de un Crowne Plaza, ¡estamos de suerte! Tras la excelente experiencia en Tel Aviv, sentimos esa cadena como nuestra casa aquí; a pesar de que existe una playa pública de libre acceso, nuestros pasos mandan y nos conducen paso a paso hacia el lujo y confort del hotel

Crowne Plaza Ein Bokek, en Israel

Preguntamos en recepción y el chico, súper majo, se apiada de nosotras y, por eso de que ya es tarde, nos hace un precio especial. Tenemos toalla y acceso a la playa del hotel por 80 Sk las dos, ¡así que perfecto! Y es entonces, al salir al exterior, cuando me doy cuenta de lo mucho que echaba ya de menos el Mar Muerto. Y es que su gama de colores, cuando el sol se asoma o cuando se esconde, es indescriptible: tonos cálidos y fríos perfectamente combinados, los ocres y dorados de la tierra frente al azul turquesa del mar. Y como colofón, la sal y su blanco más puro, ¡una maravilla!

Ein Bokek

¿Qué hacemos? Disfrutar como locas. Flotar al atardecer, embadurnarnos de barro y volvernos a embadurnar (sin saber que deberíamos evitar la zona de la cara) y disfrutar del lujo, la comodidad del lugar pero, sobre todo, del relax y la tranquilidad reinante. Pura paz. Vale la pena. 

Colores del Mar Muerto

También vale la pena saber que en los alrededores del hotel existe un pequeño "mall" (centro comercial) con tiendas y con un supermercado. Nosotras aprovechamos para comprar cremas que luego regalaremos a nuestros amigos.

Son las 18h cuando dejamos Ein Bokek y emprendemos ruta dirección a Jerusalén por la ya familiar carretera 90. En una hora y media deberíamos llegar a nuestro destino: el hotel Crowne Plaza Jerusalem. La subida hacia el norte del país nos obliga a desandar nuestros pasos del día anterior, volviendo a pasar junto a Masada, Ein Gedi... Dejamos atrás la zona con pena, aunque con la satisfacción de haberla podido saborear bien.

A partir de las 18h el cielo se va apagando y para las 19h ya es noche cerrada. Estamos entrando en Jerusalén y la sensación es de caos, a la vez que de impacto. Volvemos a la ortodoxia, a los hombres de negro, a lo auténticoA las 20.15 horas llegamos por fin al hotel Crowne Plaza, donde nos reciben con cariño y nos entregan la llave de la la habitación 1924, uno de los pisos más altos, un lujo con vistas despejadas. 
Hotel en Jerusalén
El Crowne Plaza de Jerusalén, un placer

Nuestra crónica de la jornada arriba a su fin. Tenemos hambre, así que a eso de las 22h bajamos al hall para cenar, cansadas y aún no muy situadas. Por eso no nos complicamos mucho y nos decantamos por un restaurante hindú del propio hotel. Acertamos de pleno: es exquisito, de los mejores que he probado en mucho tiempo. Aunque no es barato, la calidad compensa.

Mientras nos retiramos a dormir, pienso maravillada: "jo, qué día". Repaso lo que hemos hecho en las últimas horas (cosas como vivir un amanecer en Masada, adentrarnos en el desierto o flotar en el Mar Muerto) y la boca me sabe a otro día de viaje perfecto. Mañana lloraré y viviré uno de los momentos más místicos e intensos del viaje, pero no, eso no lo voy a contar ahora. 

Así que, continuará...