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Viaje de una semana a Israel: día 3

Hoy me preguntaba una amiga que hacía tiempo que no veía que qué tal el viaje a Israel. Automáticamente le he dicho que muy bien, sin dudarlo ni un segundo. De hecho, le he confesado que mucho mejor de lo que esperaba cuando me monté en el avión de vueling.

Paralelamente, mi querida amiga Jenn me ha comentado que un amigo suyo viajará a Israel en breve y que me quería plantear algunas dudas, además de consultar lo que pudiera haber escrito en mi blog sobre mi aventura.

En definitiva: me parecen muchas señales del destino que me hacen pensar que ya va siendo hora de retomar mi relato de viaje por Israel.

RELATO DE VIAJE A ISRAEL: DÍA 3 (martes)

Son las 6.30 cuando abro los ojos. Sí, ¡las 6.30! Todo porque queremos bajar a desayunar a las 7h y así arrancar a las 8h para aprovechar al máximo el día. Me despierto en el Ruth Rimonim Hotel Safed tras una noche de descanso perfecto. A la luz del día, la habitación acoge una luz diferente, cálida. Tiene el mismo encanto (o más) que anoche. Me levanto con unas ganas locas de descorrer las cortinas y disfrutar de esas vistas prometidas sobre las montañas, pues no olvidemos que estamos en la ciudad más alta de Israel. Me acerco al ventanal, tiro con fuerza y...ahí están, ¡soberbias! Miro alrededor y pienso: este sitio es paz.


Vamos a tener poco tiempo para recorrer Safed antes de salir hacia el sur (hacia el mar muerto, nuestra próxima parada), así que lo vamos a exprimir a tope porque le tenemos muchas ganas. Safed (Zefat) es el centro del misticismo judío y de la Kabalá. Además, es una de las 4 ciudades sagradas para el judaísmo. 

Promete.

Al bajar, de camino al restaurante, vamos saboreando la paz del entorno. El hotel está en un lugar privilegiado, donde todo es tranquilo y cuidado y la energía es maravillosa. Como niñas pequeñas lo curioseamos todo, nos acercamos hasta la piscina...Se respira clase, elegancia y gusto. 

El bufé es enorme. Dios mío, ¡no dejan de sorprenderme estos desayunos para campeones! Os aseguro que la primera ingesta del día bien mercería un capítulo aparte, ¡son para alucinar! La oferta es amplia y variada, aunque lo más chocante para mí, como europea y española, es que las ensaladas y verduras tengan tanto protagonismo.



Me parece una opción súper saludable aunque claro, nada tiene que ver con lo que acostumbro a engullir por la mañana (ni las burecas ni el shakshuka se parecen en nada a los bocadillos que me zampo en el descanso del trabajo). Siendo sincera, me gusta y me parece muy enriquecedor, pues para comer lo de siempre, me quedó en casa. Recordemos, además, que este hotel se toma muy en serio el tema kosher (tiene la Kosher Certification by the Safedrabbinate).

Ya lo dicen: allá donde fueres, haz lo que vieres.


Con tal festín, salimos del hotel con algo de retraso sobre el horario previsto (media hora). Nos reciben un sol maravilloso y una temperatura perfecta, aunque llevamos manga larga por eso de que es una ciudad santa y hay que vestir con recato. Lo del concepto "dress modestly" también merece un capítulo aparte. Muy importante y muy serio.

Como el hotel cuenta con una ubicación privilegiada en pleno casco antiguo de Safed, tenemos claro que en primera instancia nos motiva explorar el barrio de los artistas. Pero antes de entrar a relatar nuestra mañana por esos lares, creo que es interesante detenernos a echarle un vistazo a la siguiente imagen que nos ayudará a situarnos y entender cómo la ciudad se divide en barrios:


El barrio de los artistas se halla en lo que anteriormente era el barrio árabe. En él habitan y tienes sus estudios los creadores, de manera que sus cuadros y objetos artísticos llenan los escaparates que se ven al caminar por sus serpenteantes callejuelas.  

La ciudad está muy tranquila a esas horas y, con el devenir de nuestros pasos, se va desperezando. Las calles solitarias son para nosotras y nos sentimos tremendamente afortunadas. Respiramos el aire fresco y avanzamos por callejuelas estrechas y peatonales. Safed es pintoresca a rabiar, además de muy fotogénica y su centro histórico, aunque de reducidas dimensiones, sin duda nos invita a perdernos por él. Eso sí, con una condición: que sea con calma.

Mientras paseamos, vemos un cartel que llama nuestra atención:

Se puede decir más alto pero no más claro: PLEASE DO NOT PASS THROUGH OUR NEIGHBOURHOOD IN INMODEST CLOTHES (por favor, no pasen por nuestro barrio con ropas no decentes).

Leemos interesadas la letra pequeña y así es como, para nuestra sorpresa, descubrimos que los pantalones no están permitidos, que lo suyo es llevar falda larga. Estamos en una ciudad santa con fuerte presencia ortodoxa, así que estas cosas nos las tomamos, por una cuestión de respeto, muy en serio. Por eso nos apena darnos cuenta de que, a pesar de  nuestras precauciones, lo de llevar pantalones no ha sido una buena idea (para más inri, algo ajustados en el caso de una de las dos). ¡Nos sentimos fatal! No porque nadie nos diga nada o nos mire raro. De hecho, nadie nos mirará con reproche en ningún momento (tienes otros quehaceres más importantes y no están para perder tiempo con dos chicas españolas algo despistadas). En realidad, somos nosotras mismas las que nos avergonzamos. Ellos lo piden tan educadamente que, incómodas, lamentamos profundamente habernos equivocado. Resignadas, aceptamos que ya poco podemos hacer por hoy, aunque la sensación de estar haciendo algo incorrecto no nos abandonará en toda la mañana. Ahí queda mi recomendación: no cuesta nada vestirse de una manera respetuosa

La ciudad está plagada de hermosas sinagogas, todas ellas con un rico pasado que se aprecia en sus altos techos, en su colorida ornamentación y en sus antiguos rollos de la Torah. Tenemos mucha curiosidad por conocerlas de cerca y, porque no, de entrar en alguna. Así que al pasar junto a la sinagoga Abuhav, nos animamos a adentrarnos en su patio. Observamos desde fuera a través de los ventanales y vemos como un señor se entretiene pacientemente en ordenar el espacio. Nos morimos de ganas de entrar pero, por algún motivo (quizá por los pantalones), no nos sentimos cómodas para entrar, así que nos limitamos a seguir observando el interior a través de los cristales. Ya tendremos nuestra oportunidad... pero eso será más adelante en Jerusalén. 


Seguimos callejeando y seguimos disfrutando. Otro aviso nos recuerdan que hay que vestir decentemente y no puedo evitar hacerle una foto con una sonrisa en los labios. ¡Me parece una manera exquisita de pedirlo!



Es difícil describir la sensación de recorrer en silencio y a solas las calles empedradas, con sus bellas casas como únicos testigos. Sólo de vez en cuando, al girar una esquina, de repente vemos una figura de espaldas que se mueve deprisa, vestida de negro y estilizada. Un judío ortodoxo dirige sus pasos apresurados hacia alguno de sus quehaceres, a la vez que nosotras sentimos que el tiempo se detiene, casi cortando nuestra respiración. Es la magia del momento, la espiritualidad que percibimos. Que alguien me pellizque para comprobar que  no es un sueño...



Safed se va animando poco a poco. Las galerías comienzan a abrir sus puertas y nos confirman que estamos en una ciudad de artistas. También de buenos vinos, como pudimos comprobar al descubrir por casualidad la ABOUHAV boutique winery. Otro de los momentos mágicos de la jornada que relatamos aquí. 



El mediodía se acerca peligrosamente. A pesar de lo a gusto y encantadas que estamos en esta antigua ciudad de Galilea, somos conscientes de que debemos empezar a despedirnos de Safed. Pero no sin hacer unas compras antes:


Joyería Doron Cohen

Artis Colony

The Old City of Tzfat
www.dorongallery.com

En pleno barrio de los artistas de esa ciudad santa, esta pequeña joyería nos hizo pecar. Me tuve que comprar (no lo puedo decir de otra manera) un colgante de plata monííísimo y María se compró una anillo de oro divino. Creo que su simpática dependienta nos cameló a base de una animada mezcla entre conversación (nos contó que había sido modelo) y un acertado y oportuno descuento.

Llegó la hora. Desandamos nuestros pasos (ahora la ciudad es un hervidero de vida) y a las 12.10 estamos en el coche listas para seguir ruta. Sabemos que al sur de la Ciudad Vieja de Safed se encuentra su famoso cementerio. Es un lugar que nos apetece mucho, así que decidimos conducir hasta allí y echarle un vistazo rápido (ojalá tuviéramos más tiempo pero nos queda mucho por ver y hacer). Pues bien, ya os adelanto que no lo vemos, ¡el destino no lo quiso! A pesar del GPS, damos vueltas y vueltas y más vueltas pero el cementerio parecía querer huir de nosotras. A las 13h nos rendimos. Frustradas, decidimos salir de una vez de Safed, que parece habernos absorbido cual agujero negro. 

CÓMO LLEGAR DEL NORTE AL MAR MUERTO

Para llegar por carretera de Safed (muy al norte) al Mar Muerto, en el centro/este del país, hay dos maneras de hacerlo:

1) Sin abandonar territorio de Israel y dando un rodeo considerable (desviándose hacia el oeste para después volverse a adentrar en el este). Este es la ruta que "le gusta" al GPS.

2) En linea recta de norte a sur, por la carretera 90 pero atravesando Palestina.

El día anterior, Igal nos había desaconsejado de manera muy efusiva  y rotunda elegir la opción 1, según él por motivos de seguridad. Eso nos obligaba a invertir un par de horas más. Al principio pensamos en hacerle caso pero, a medida que pasaban las horas, le dábamos vueltas al tema y cada vez esa opción nos parecía más absurda.

Hoy nos hemos armado de valor y aprovechando la enorme simpatía de la recepcionista del Hotel Ruth Rimonim Safed, nos hemos atrevido a hacerle a ella la misma consulta. Su respuesta nos ha gustado mucho más y ha sido totalmente opuesta a la de Igal: nos afirma tomar la ruta 90 en muchas ocasiones y nos confirma que de un tiempo a esta parte esa carretera ya no tiene ningún peligro.

Así que, en contra de la opinión de nuestro querido guía Igal, hemos decidido conducir hacia nuestro siguiente destino, Ein Guedi (el mar muerto) utilizando el camino más corto entre el punto A y el B, es decir, bajando por la carretera 90 y, por tanto, atravesando de norte a sur Palestina. Eso nos obliga a engañar al gps y el truco es introducir una ciudad cualquiera camino del sur pero aún en territorio de Israel.

Las horas que pasamos en carretera son apasionantes, no se me ocurre mejor manera de decirlo. Primero bordeamos el mítico Mar de Galilea, para poco a poco irnos adentrando en un paisaje cada vez más desértico. A medida que nos acercamos a la frontera con Palestina empiezo a sentirme más y más inquieta. No lo digo en voz alta pero la inquietud se transforma en duda y, porque no, en miedo. ¿Habremos elegido bien? ¿No nos estaremos arriesgando innecesariamente? ¿Y si la 90 sí es peligrosa? Aparentemente mantengo la calma pero, en el fondo, soy un hervidero de incógnitas.

Las señales de tráfico nos advierten que la frontera es inminente y yo sigo nerviosa. Tenemos hambre y un gran McDonalds se presenta como la opción más práctica, así que aparcamos el coche en una especie de centro comercial venido a menos y con aspecto muy desolado, lo que no contribuye a que me sienta más cómoda. Dentro, sin embargo, me siento a salvo y para cuando salgo estoy algo más relajada. 

Vamos a por la frontera.



¿Y qué pasa en ella? Nada. ¡Nada señoras y señores! Tanta tensión para nada, al final cruzamos mientras una pareja de militares con aspecto relajado nos da el paso con el brazo, mientras hablan entre ellos. ¿Esto es todo? ¿Ya estamos en Palestina? Pues sí, ¡ya estamos!

Seguimos conduciendo. Miro a María y ella parece relajada y feliz, así que los últimos resquicios de tensión se disipan. Ahora sólo me queda disfrutar de la carretera, del desierto, de los camellos que dejamos atrás. Y dejarme llevar mientras observo. Observo con ganas.



MAR MUERTO


A las 17.15 aparcamos junto a una zona pública de baño en Ein Guedi. Sin saber aun si vamos a poder nadar o no, por si acaso echamos nuestros bikinis en la mochila y decidimos investigar que se cuece por ahí. No tenemos tiempo que perder.

Esperábamos encontrar una especie de balneario pero en realidad sólo hay unos baños con taquillas donde puedes cambiarte pero ni rastro de poder alquilar toallas (conviene llevar una). En cualquier caso, la zona de duchas cierra justo cuando llegamos a su puerta (17.25h), así que poco podemos hacer. Dudamos, ¿intentamos bañarnos a pesar de la precariedad de la situación o lo dejamos para mañana? El Sol está bajando, sopla aire cálido y sólo se vive una vez, así que nos acercamos hasta la orilla a probar suerte. Entonces vemos que hay gente nadando, así que a pesar de no tener toalla nos cambiamos en un rincón de la playa con ayuda de los pareos y, por fin, nos sumergimos en el Mar Muerto




Es una sensación fantástica, ¡como flotar en el líquido amniótico! Nunca la olvidaré, ni la felicidad que nos invade. En la otra orilla, la luz del atardecer que ilumina el perfil de Jordania es de una belleza indescriptible. Me deja sin aliento. No quiero que este momento se acabe nunca.
¿Y qué hay de los barros? A unos metros a la derecha divisamos un pequeño agujero en el suelo lleno de un líquido gris. Deducimos que esa es la poza. Le echamos voluntad, metemos la mano, hurgamos y, a pesar de lo desagradable de la sensación (tropezamos con objetos flotantes que  no sabríamos definir) conseguimos embadurnarnos, al menos lo suficiente como para darnos por satisfechas.

Nos cuesta irnos, pues estamos disfrutando como enanas. Pero empieza a hacer frío y tenemos aun que llegar a Masada (aunque no está muy lejos ya). Así que decimos adiós al Mar Muerto, eso sí, con la piel suave y aterciopelada.

A las 19h nos reciben de fábula en el Youth Hostel de Masada, nuestro destino final por hoy. Aunque ya está oscuro nos da para ver que es un edificio grande con una pinta estupenda, el cual me sorprende para bien. Para quién quiera contemplar el amanecer en Masada no hay mejor alojamiento, su ubicación es única e inmejorable, por eso  vemos gente de todas las edades y tipologías. Está literalmente pegado a sus faldas. 

Masada. Intuyo su imponente silueta y deseo que sea mañana para verla en todo su esplendor.

La cena se sirve de 19 a 20h, así que nos apresuramos a dejar la maleta en la 501 (os recomiendo esta habitación, con vistas a Masada) y bajar con tiempo al comedor. La comida es correcta para el tipo de alojamiento. Me hago con un bistec empanado, puré de patatas y arroz. ¡Qué pena que no haya postre!

Nos retiramos pronto a la habitación. Nuestro plan es ver el amanecer desde la cima de Masada, dicen que uno de los más bellos del mundo. ¿La verdad? No tenemos ni idea de cómo organizar la subida, así que intentamos buscar información en internet. La conexión va fatal y nos damos por vencidas pero sabiendo que el Sol sale a las 5.40, decidimos levantarnos con tiempo y probar suerte.



En la cama, antes de caer rendida, me entretengo repasando mentalmente el día. Y es aquí cuando tomo de nuevo conciencia de lo alucinante que ha sido. Cuando pienso que hoy amanecí en Safed, al norte del país y que esta noche duermo a los pies de la mítica Masada, en el centro de Israel, me parece increíble. Eso sin olvidar que me he bañado en el Mar Muerto, del que tanto había oído hablar. ¡Jo, qué día! ¡Inolvidable! Me duermo con la sensación de que soy muy, muy feliz y tremendamente afortunada.  

Nos aguarda un gran día. Quizá, el mejor del viaje.

Continuará...

Paseo por Milán

La vida me ha llevado por tercera vez a Milán, capital de Lombardía. A esa Italia que tanto adoro, que tanto, tanto me gusta.

Vale que soy mallorquina y que no puedo negar que vivo en el paraíso. Vale que España es un país IMPRESIONANTE con mayúsculas, que entiendo que los turistas vengan y alucinen. Dicho esto, he de reconocer que Italia es mi debilidad, ¡es fantástica! Cuando la pisé por primera vez durante el viaje de estudios, allá por 1993, andaba yo más concentrada en los líos amistosos que en los atractivos de los monumentos. Aun así, lugares como Venecia, Roma, Tívoli...no me dejaron indiferente.

Después he vuelto con más edad y siendo (algo) más consciente. He tenido la suerte de enamorarme bajo el Sol de la Toscana de sus paisajes de infarto, por los que me perdería una y mil veces en un bucle infinito. He tenido el honor de pasar unas navidades en familia en Udine, en ese norte sobrio y elegante que nada tiene que ver con el caos del sur del país, cual universo paralelo. He tenido la fortuna de recorrer de la mano de una amiga local la Pisa que se junta pero no se revuelve con la torre inclinada. Por cierto, me pareció una ciudad encantadora.

Volviendo a Milán. En mi primer día y tras instalarme en el hotel, decidí salir de prospección y pasear por los alrededores. Una sana e inteligente costumbre que me conecta con mi lado animal, ese que necesita marcar su territorio, conocer quienes son sus vecinos aunque la vida nómada los vaya irremediablemente a convertir en conciudadanos efímeros. 

Me recibió una cálida y agradable tarde de Sol. Algo atípico, ya que en febrero puede llegar a hacer mucho frío y puede llegar a haber mucha nieve (tomad nota).

Mi hotel, el Ac Milano, es una torre muy alta (mi habitación con vistas estaba en la novena planta) que se alza en la zona de Garibaldi. Una conocida milanesa me explicó días después que ese barrio está en pleno proceso de remodelación y que antaño lucía bastante degradado. Me lo creo. Las calles, en obras, conviven con despampanantes rascacielos de nueva construcción. Aquí he de citar EL rascacielos que me robó el corazón: el de Unicredit. A unos metros del hotel, cada día me desperté con su reflejo y me acosté con sus brillos. Lo primero que pensé al verlo fue "¿cómo no sabía que existías?" y lo siguiente fue lo mucho que me recordaba al Burj Kalifa de Dubai y si sería del mismo arquitecto.


Hay un restaurante con una pinta estupenda justo al girar la esquina del hotel: el Grani & Braci. Un local amplio y de enormes ventanales, estilo moderno, botellas de vino decorando con gracia sus paredes y lámparas de diseño, blancas y grandes como divertidas setas colgantes.

Grani & Braci. 02 36637422
Via Farini, angolo via G. Ferrari
www.graniebraci.it
Restaurante, pizzeria y steak house.
Siempre abierto.
Con horno de leña.

Cuentan con gran variedad de carnes y también me dicen que la pizza calzone por 7 euros es más que recomendable. 


El objetivo de mi breve paseo a pie era claro: intentar llegar hasta el centro de Milán (Piazza del Duomo). Y entre y entre, me dejaría llevar. Empecé por la calle Maroncelli. ¡Vaya vaya con la calle! Más que interesante desde el punto de vista creativo, con pequeñas tiendas de moda, galerías de arte y mucha cultura. Llamaron mi atención:

- Una vetusta tienda de relojes antiguos (lemuseumonline.com)

- A unos metros, la osteria del gamberi Rosso y el Pinocho enorme que ocupaba buena parte de su escaparate. Pizzas a muy buen precio. 

Tras la calle Maroncelli, desemboco por casualidad en el Corso Como, una elegante y peatonal calle comercial. En sus tiendas se respira clasicismo y su ambiente es la antítesis de una zona de modernos (eso sería Navigli y de ella hablaré en otro post).

Al final del Corso, me atrae una calle en cuesta que recorre la vía Vincenzo Capelli. Así es como me acerco andando hasta desembocar en el impresionante complejo de las residencias Puorta Nuova, que ocupan la Piazza Gae Aulenti. Ahí es donde tiene sus raices el rascacielos de Unicredit. ¡No puedo parar de hacer fotos! ¡Mamma mía, qué lugar! Describirlo es complicado, así que dejaré que las imágenes hablen por si solas.






Una vez allí, merece la pena entrar en la tienda RED (read/eat/dream). Como su nombre indica, es la animada mezcla entre librería y cafetería y la gente va a pasar el rato, charlar con amigos y relajarse.

Voy muy lenta, me detengo en cada detalle, lo saboreo... 

Vuelvo por Corso Como hasta la Calle Garibaldi, una de las arterias principales de esa parte de la ciudad. Si seguimos su curso desembocaremos en el centro, aunque estoy tan fascinada por todo lo que veo que no sé si será hoy o mañana.

Durante el paseo, llaman mi atención:
  • Herman Miller: una tienda de mobiliario de diseño. 
  • Rossignoli: tienda de bicicletas con un toque tradicional encantador.
  • Rife concept: camisetas de diseño rompedor (para chicas).
  • Botega café cacao: chocolatería con un diseño moderno espectacular. Bien merece una parada. Estilo moderno.

Sigo paseando por Garibaldi, entre foto y foto. Al mirar hacia la izquierda en una de las calles que cortan, me sorprende imponente una plaza con una gran iglesia, robusta y antigua. Me gusta. Me gusta porque eso es Italia, esos contrastes. Me pone en situación, me trae de vuelta a donde estoy, en un país cargado de historia. Recuerdo que en el viaje de estudios fue una de las cosas que más me cautivó del país: el factor sorpresa. Girar una esquina  y...bum...toparse con un monumento enorme e imponente, como salido de la nada. Ese sello de identidad tan italiano...

Otra cosa que me sorprende: ¡hay tranvías! ¡Y muy antiguos! No lo recordaba...

Sigo con mi paseo. Observo. El Obiká es un mozzarella bar resultón. Un local moderno, con sillas industriales de diseño. 

Y cuando ya estoy rozando el centro, decido volver al hotel, ya es de noche. No sin antes quedarme embelesada al mirar a ambos lados y enamorarme de las calles transversales peatonales, pequeñas, estrechas y muy románticas. Vale la pena recorrerlas y perderse por ellas, por la paz que las inunda. Para ejemplo, la Vía Formentini.

Regreso por un tramo de la Vía Pintaccio. Todas y cada una de sus tiendas no tienen desperdicio, ¡qué decoración! A unos pasos me paro ante el escaparate de Pattini, una bonita y surtida pastelería tradicional.

De vuelta a Garibaldi, es casi de noche. Alzo la mirada y, al fondo, pienso que el edificio iluminado de Unicredit parece irreal. Ya llegando al hotel, hay una tienda de ropa infantil súper original: by be.

Aquí acaba mi breve paseo. Pero habrá más. Como la cena en el 10 Corso Como, acertada recomendación de mi amiga Julieta. Antes, un último consejo: en esta ciudad, tened mucha paciencia con la señalización. Es tremendo y acabas dando inevitables vueltas y rodeos para llegar del punto A al B. Nunca, nunca, nunca será la línea recta. Algo muy frustrante. Si me hubiera pasado solo a mí, Milán no hubiera tenido la culpa y la habría asumido yo. Sin embargo, la paz me la da el saber que mis compañeros de viaje, en bloque, tuvieron la misma sensación que yo. Por tanto, más vale tomárselo con calma. Especialmente en esas estaciones de metro y tren de largos y eternos pasillos. Y serán muchos los momentos en los que nos sentiremos desorientados, sin saber donde estamos, en que parada (porque  mires donde mires no lo indica), donde comprar el billete de tren(acabarás subiendo escaleras y bajando y volviendo a subir)...en esos momentos, más vale respirar hondo y pensar que España tampoco es perfecta. 

DATOS PRÁCTICOS

¿Cómo llegar?

De Mallorca a Milán se vuela, entre otras opciones, con Iberia. Primero hasta Madrid y, desde allí, solo restan algo más de dos horas.

¿A qué aeropuerto volar?

Andaba yo un poco perdida cuando a la ida aterricé en el aeropuerto de Malpensa. Me planté allí sin tener ni idea de si estaba cerca o lejos del centro o de cómo llegar. ¡Qué bien se vive en la ignorancia! Pero como dicen, "preguntando se llega a Roma" (en este caso, a Milán). Y resultó que estaba bastante lejos y que el taxi al centro se disparaba hasta la friolera de 65 euros (descartado). Con las únicas opciones sobre la mesa de tren y bus, me decanté por el primero. Tras desembolsar 10 euros y recorrer la distancia equivalente a 40 minutos, estaba en la estación de Garibaldi. ¡Había llegado a casa!

A la vuelta, la salida fue desde Milán Linate, a 6 kilómetros del centro y un precio razonable en taxi. Mucho más cómodo.

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