Creo que es momento de hablar un poquito más de nuestro viaje. Cuanto más lo relato, más lo vivo. Cuanto más lo relato, más lo disfruto.
El 06 de julio dejamos Dar es Salaam para llegar a Zanzíbar. Mi conocimiento de la isla se reducía a que mi amigo Jona había estado trabajando ahí en temas turísticos...y poco más. Lo que había leído en las tripas de mi fiel amiga, Planet, Lonely Planet.
Zanzíbar fue una excusa. Una vía para generar tiempo, ¿qué hubieran objetado los hombres grises de Momo? Un margen para que Elephant Adventure, nuestra empresa del safari, montara nuestro itinerario.
Cogimos nuestro ferry y ahí que nos plantamos. El trayecto fue cómodo, en clase VIP. Eso implicaba una butaca para cada uno de nuestros lindos traseros, algo que uno would take for granted (me encanta esa expresión) pero que, tal y como comprobaríamos en el trayecto de regreso, would take for granted erróneamente.
El trayecto fue tranquilo. Algún bello dhow, cual aleta de tiburón flotando en una sopa china, iba delatando la cada vez mayor proximidad de la isla. La franja de agua cristalina que se divisaba al acercarnos a puerto vaticinaba baños de ensueño. Y Stone Town, nuestra ciudad anfitriona, Patrimonio de la Humanidad, no nos defraudó. Nos faltó tiempo para saborearla aun más, así como el resto de la isla. El Malandi Lodge, nuestro techo, fue correcto y supuso una gran mejora frente al paisaje post nuclear de Dar es Salaam.
Zanzíbar nos trajo a la alicantina Carmina, afincada en Moshi, a nuestras vidas. Fue fortuito, como todo en este devenir de días semanas años. Tras dejar nuestros trastos y huntaros de Relec, recorrimos la playa de Stone Town. La barbacoa al aire libre, como todas las noches, nos daría de cenar. Entre gamba y gamba, pincho y pincho en una de tantas mesas compartidas, C nos dijo hola...y el adiós no llegaría hasta el final del viaje, o mejor dicho, no llegará nunca. Ahora nuestras vidas están ligadas por un hasta pronto.
Compartiendo esa abundante cerveza Safari en el Freddy Mercury (bar guiri pero agradable), al abrir su corazón se forjó nuestro cariño. Su vida intensa, digna de un libro, nos enganchó. Y su swahili nos maravilló.
Al día siguiente, bien temprano, zarpamos del muelle de pescadores rumbo a los fondos cristalinos y los barcos hundidos. Un pez león, entre otras maravillas subacuáticas, me dejó boquiabierta. Como colofón, el banco de arena, un mini Formentera, sólo para nosotras dos. Por la tarde, más bellezas naturales, paseos por playas sin necesidad de nadar, pues el ambiente y las mujeres recogiendo algas eran suficiente distracción y atractivo. Y por la noche, reggae night party y nuestros nuevos colegas catalanes, Roger, Alex y Pablo...
El Koyangi nos enredó, la noche nos confundió pero el ferry a las 7 de la mañana partiría sí o sí. Nos dio mucha pena dejar Zanzíbar, fue todo demasiado breve. Buen sabor de boca, ambiente relajado, gente amable. Ahí nos sentimos, sinceramente, como en casa...El mundo es un pañuelo y no me importaría volver a recorrer las arrugas de ese rincón de la tela...
Adios Z.
Ficha técnica:
Llegada: 06/07
Marcha: 08/07.
Valoración: muy positivo.
Alojamiento: correcto. Trato amable. Importante negociar mucho el precio. Bien situado junto al ferry y cerca de la zona de barbacoa.