Jueves, 22 de mayo de 2014. Mientras escribo estas líneas y, con ellas, mi mente empieza a volar, mi cuerpo también lo hace pero a muchos kilómetros de altitud. Hace apenas unos minutos que hemos despegado del aeropuerto de Filadelfia, Estados Unidos (en concreto a las 18.05, hora local) y esto del espacio-tiempo empieza a rozar lo esquizofrénico. Me explico. Mi portátil marca las 00.41 de la mañana (hora de España). Mientras, me encuentro físicamente en las 18.42h hora de Filadelfia (el lugar que estamos sobrevolando) y mi reloj de muñeca ya marca las 15.42, hora de mi destino, que no es otro que San Diego, California. Vamos, ¡que requiere un auténtico ejercicio de intensa concentración recordar en que día vivo! Mi cuerpo debe de pensar que se me ha ido la olla.
Hacía mucho que no escribía en mi blog sobre un viaje estando en él y, por tanto, a tiempo real. Creo que fue en Suecia y desde entonces ha llovido mucho. Me apetece. Siempre me había movido con una libreta a modo de diario de viaje y últimamente estaba empezando, de hecho, a utilizar el iphone como herramienta habitual en la que ir tomando notas, siendo sumamente práctico, inmediato y ágil (la aplicación de notas es perfecta para improvisar y escribir sobre la marcha, mientras se camina, etc.) pero también muy volátil, demasiado… Así que, tras algunos viajes registrados directamente en soporte digital, en mi escapada de mayo a Cornualles, decidí volver a ser analógica y regresar a mi diario de viajero en papel, al más puro estilo de antaño… ¿Y por qué estoy contando esto? En fin, ¡qué me desvío! Estaba diciendo que hoy retransmito en directo. De hecho, voy haciendo breves pausas para mirar por la ventana y observar el terreno, curiosear si va cambiando y cómo. Promete. No en vano, me parece muy emocionante pensar que mi plan de vuelo de las próximas cinco horas consiste en cruzar Estados Unidos de costa a costa. ¿Me dejarán las nubes ver el paisaje?
Veamos. Recapitulemos entre esta nebulosa de horas y flashbacks que se me mezclan desde que dejé Palma de Mallorca el miércoles por la tarde… Esta mañana (jueves) amanecí en Madrid, tras dormir menos de lo que me hubiera gustado. A pesar de que podría haber retozado cómodamente hasta más de las 8h, creo que a eso de las 5 de la mañana ya he empezado con el juego intermitente de entreabrir el ojo. Aun a sabiendas de que era prácticamente imposible que me quedara dormida, no he podido evitarlo, así que lo asumo como efecto normal de la emoción del viaje, que se encarga de hacer saltar las alarmas por dentro.
Mi vuelo de USAirways ha salido de la T1 a las 12.30h. Había calculado el metro para que me dejara dos horas antes en Barajas, exactamente a las 10.30h. Ya había hecho el check in por Internet la noche anterior, (para mí eso fue anoche, aunque en realidad hayan pasado mogollón de horas) pero sin imprimir las tarjetas de embarque. Gracias a ello, le pude dedicar unos minutos a buscar en Internet recomendaciones para elegir los mejores asientos y, cortesía de las pistas que da la web seatguru.com, ahora estoy cómodamente colocada en la fila 23F, es decir, en salida de emergencia y con toooooodo el espacio del mundo para que mis piernas campen a sus anchas… ¡feliz estoy!
La facturación ha sido rápida y ágil. Nada destacable, excepto las preguntas de seguridad del señor que te daba la bienvenida a la cola del check in (me ha llamado la atención lo escrupuloso que ha sido con su tarea).
El primer vuelo, muy correcto. He viajado en un asiento estándar, el 16G y en el pasillo, que siempre lo prefiero porque así me puedo levantar, ir al baño y menear a mi gusto (recuerdo por ejemplo como una cárcel el vuelo a Méjico de diciembre, atrapada en el asiento central). Para mi disgusto, en seguida me he dado cuenta de que el respaldo del asiento iba a ser duro e incómodo. Pero bueno, al final tampoco he viajado tan mal y, de hecho, las 8 horas de vuelo se me han pasado volando, entre dormir (poco, apenas dos horas), comer, escuchar música, ver una peli (La vida secreta de Walter Mitty, ¡muy recomendable!) y echarme unas risas con un par de capítulos de The Big Bang Theory. Ah, la comida a bordo más que aceptable y la pantalla individual, una gozada. Excelente también la selección de música y cine.
(No sé qué estoy sobrevolando pero el terreno es curioso, parecen olas de mar cubiertas de una frondosa vegetación).
A continuación, ha llegado el turno de la escala de tres horas en Filadelfia. He de decir que me ha chocado el tener que recoger la maleta en cinta en lugar de que esta viajara directamente hasta mi destino final, San Diego. En cualquier caso, los trámites han sido rápidos y la única anécdota es que, por pecar de sincera y confesar que llevaba un sandwich en el bolso, me he quedado sin la rica merienda que mi amiga con todo su cariño me había preparado para el vuelo (me la han requisado). Tonta de mí.
El aeropuerto me ha gustado mucho. Sencillo, manejable, agradable, claro, práctico y con una buena oferta de tiendas y cafeterías. Me ha llamado la atención que, en lugar de bancos, tuvieran mecedoras de madera blanca, ¡adorable! Y lo mejor, el wifi gratis y los enchufes por todo. Eso sí, ¡americanos! Menos mal que me traía mi adaptador universal de casa. ¡Nunca hay que viajar sin él!
La última anécdota la acabo de protagonizar en el avión. Resulta que de Filadelfia a San Diego, la comida es de pago. Así que, desde casa, me había animado a reservar por si acaso una ensalada de pollo y cilantro, algo carita (21 dólares). Pensaba yo que ya estaba pagada por internet pero no, resulta que se abona a bordo y claro, ninguna de mis dos tarjetas visa ha querido funcionar (y yo, Ley de Murphy, sin dólares aun porque los cajeros del aeropuerto han dicho que no reconocían mi tarjeta y no me han dejado sacar). Total, ¿qué ha hecho el azafato? ¡Me ha regalado la ensalada! ¿Se puede ser más amable? Con un discreto “don´t worry, it´s on me” ha tenido ese detallazo. De verdad, como se agradece en casos así que haya gente amable y buena por el mundo. Enhorabuena, USAirways, por vuestro personal.
(Miro por la ventana pero hay una capa fina de nubes altas y grises que no me permite ver nada).
El sueño me puede. Voy a ver si duermo algo. Son las 17.11 horas, así que pensaré que es una siesta tardía. No quiero ni calcular cuantas horas llevo en ruta, ¿para qué? Paso. Si no pasa nada raro, aterrizaré en San Diego poco antes de las 21h y eso es lo que importa: que empezará la auténtica aventura californiana.
Con las vistas a un paisaje monótono, me despido. Voy a hacerme con mi antifaz de Joan Collins (como yo lo llamo) y mi almohada inflable para el cuello. ¡Larga vida a ambos! Otros clásicos que no pueden faltar en mis vuelos largos.