A mí es que el rollo urbanita me pierde...
El meridiano de este argumentario sobre Bruselas pasa por su oferta de bares y restaurantes. Porque lo vale.
Quedé impresionada con lo mucho y bien que se curran los ambientes en esa ciudad, siendo numerosos los locales (de hecho la mayoría) que llamaron nuestra atención por su gusto y por lo acogedor de su espacio.
No. No puedo decir que el saber hacer imperante y el atractivo de los sitios me pillara desprevenida, pues había tropezado con pistas previas de lo más divertidas. La página web oficial de Turismo de Bruselas incluye una opción que te permite filtrar información por categorías y, para asegurarse que aciertan, van al grano y te preguntan cómo eres. Pues bien, una de las posibilidades incluida, para mi sorpresa, es la de si uno es "trendy". ¿Acaso no da eso buen feeling y huele a ciudad creativa y prometedora?.
Bares como el Potemkine o el Café Maison du Peuple son dos claros ejemplos de ambiente interesante.
Potemkine |
Otro de los rincones con buen gusto que recomendaría es el Café Fontainas, al que nos llevaron a tomar una cóctel el viernes por la noche, como colofón a nuestra copiosa (y deliciosa) cena en Chez Leon.
Se trata de un bar emblemático de la ciudad, ubicado en pleno centro y a un tiro de piedra de la Grand Place. Concebido como un local de ambiente, en realidad la clientela que vi a mi alrededor era mixta. La decoración me pareció súper interesante, muy retro y vintage (de mi estilillo, vamos). Los cócteles, bastante originales, los servían en esas copas de champagne redondeadas y pequeñitas, las de toda la vida, tan cool en su continente como frugales en su contenido (dos sorbitos y ya está todo dentro, así que alerta con la relación calidad- precio).
Fontainas |
Esa misma tarde nos habíamos pegado una buena merendola en The Coffee Company. Veníamos de la Gran Place y andábamos plano oficial en mano siguiendo la ruta de los murales de cómic, cuando de repente vimos una cafetería con estilo y pensamos: ¿hace un poco de cafeína?.
Fue un alto en el camino muy agradable. La cafeína llegó, al igual que las tartas. Tenían tan buena pinta que nos fue imposible resistirnos a hincarles el diente y sucumbimos al placer de un pedazo de chocolate.
Un claro ejemplo, en definitiva, de cómo una sencilla cafetería puede no ser tan simple y de que basta con un par de detalles estudiados con cariño para que un frío local se transforme en un espacio acogedor en el que te apetezca refugiarte horas y horas.
The Coffee Company |
¡No cuesta tanto! Y Bruselas lo tiene...
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