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Japón _reflexiones sobre la comunicación y la espera


La espera. Grieta en el tiempo que nos permite evadirnos, instante de meditación desde el que saltar y fluir. La espera. Movimiento infinito, elástico. Abismo al que unos se asoman y del que otros huyen espantados. La espera. ¡Cuánto ha cambiado!. Ya no nos despeja. Ya no nos permite pensar lento. Ya no es sinónimo de expectación.

¿Y en que punto enlaza aguardar con Japón?

Recientemente, revelé que ese país fue destino de mi viaje favorito hasta la fecha. También conté el por qué. Pero hay más. Japón encuaderna otros capítulos, fragmentos de un revelador libro de ciencia ficción, párrafos de actitudes que, en el momento, te parecen ajenas, imposibles, surrealistas e incluso ridículas. 

Para enlazar Japón con la espera y la (in)comunicación, debo remontarme a 2007, a mi primer día de viaje. En él, estoy sentada en un restaurante mientras aguardo mi comida, presa ya de las garras del jet lag. A través de la neblina espesa del agotamiento, diviso a dos jóvenes japonesas ocupando una mesa cercana, la una frente a la otra. Curiosa, no puedo evitar observar sus gestos,¡todo es tan nuevo para mí! Sus ropas, sus costumbres...Pues bien. Esas chicas, esas amigas que toman algo y que espero compartan confidencias, no se dicen nada. Nada la una a la otra en todo el tiempo que permanezco sentada: ni tan solo se miran a la cara. Eso me impactó. ¡Me impactó tanto!  Aquella vivencia me marcó igual o más que cualquiera de los impresionantes templos que a posteriori visitaría.

Esas dos "amigas" pasaron su tiempo en la misma mesa pero en mundos muy lejanos, cada una escudriñando su móvil, sus mensajes, chateando con otras personas no presentes. Me pareció absurdo. ¿Por qué no compartían confidencias? Pensaba en mis tertulias de café con colegas, en esas largas charlas reflejadas en los ojos opuestos.  

Pues bien. Hoy, años después, observo cuánto ha cambiado el intermedio o cómo el móvil se ha convertido en su antónimo y me resulta familiar. Ya nadie aguarda en silencio, pues todos aprovechamos cualquier hueco para refugiarnos en un   artilugio... Lo pienso y esbozo una mueca mientras asumo  que aquella actitud nipona no distaba tanto de nuestro presente, que no era más que un espejo retrovisor en el que fui incapaz de verme, cual reflejo de escaparate en el que no te reconoces. 

Nos llevaban ventaja. Simplemente, iban por delante.

2 comentarios:

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