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Paseo por Milán

La vida me ha llevado por tercera vez a Milán, capital de Lombardía. A esa Italia que tanto adoro, que tanto, tanto me gusta.

Vale que soy mallorquina y que no puedo negar que vivo en el paraíso. Vale que España es un país IMPRESIONANTE con mayúsculas, que entiendo que los turistas vengan y alucinen. Dicho esto, he de reconocer que Italia es mi debilidad, ¡es fantástica! Cuando la pisé por primera vez durante el viaje de estudios, allá por 1993, andaba yo más concentrada en los líos amistosos que en los atractivos de los monumentos. Aun así, lugares como Venecia, Roma, Tívoli...no me dejaron indiferente.

Después he vuelto con más edad y siendo (algo) más consciente. He tenido la suerte de enamorarme bajo el Sol de la Toscana de sus paisajes de infarto, por los que me perdería una y mil veces en un bucle infinito. He tenido el honor de pasar unas navidades en familia en Udine, en ese norte sobrio y elegante que nada tiene que ver con el caos del sur del país, cual universo paralelo. He tenido la fortuna de recorrer de la mano de una amiga local la Pisa que se junta pero no se revuelve con la torre inclinada. Por cierto, me pareció una ciudad encantadora.

Volviendo a Milán. En mi primer día y tras instalarme en el hotel, decidí salir de prospección y pasear por los alrededores. Una sana e inteligente costumbre que me conecta con mi lado animal, ese que necesita marcar su territorio, conocer quienes son sus vecinos aunque la vida nómada los vaya irremediablemente a convertir en conciudadanos efímeros. 

Me recibió una cálida y agradable tarde de Sol. Algo atípico, ya que en febrero puede llegar a hacer mucho frío y puede llegar a haber mucha nieve (tomad nota).

Mi hotel, el Ac Milano, es una torre muy alta (mi habitación con vistas estaba en la novena planta) que se alza en la zona de Garibaldi. Una conocida milanesa me explicó días después que ese barrio está en pleno proceso de remodelación y que antaño lucía bastante degradado. Me lo creo. Las calles, en obras, conviven con despampanantes rascacielos de nueva construcción. Aquí he de citar EL rascacielos que me robó el corazón: el de Unicredit. A unos metros del hotel, cada día me desperté con su reflejo y me acosté con sus brillos. Lo primero que pensé al verlo fue "¿cómo no sabía que existías?" y lo siguiente fue lo mucho que me recordaba al Burj Kalifa de Dubai y si sería del mismo arquitecto.


Hay un restaurante con una pinta estupenda justo al girar la esquina del hotel: el Grani & Braci. Un local amplio y de enormes ventanales, estilo moderno, botellas de vino decorando con gracia sus paredes y lámparas de diseño, blancas y grandes como divertidas setas colgantes.

Grani & Braci. 02 36637422
Via Farini, angolo via G. Ferrari
www.graniebraci.it
Restaurante, pizzeria y steak house.
Siempre abierto.
Con horno de leña.

Cuentan con gran variedad de carnes y también me dicen que la pizza calzone por 7 euros es más que recomendable. 


El objetivo de mi breve paseo a pie era claro: intentar llegar hasta el centro de Milán (Piazza del Duomo). Y entre y entre, me dejaría llevar. Empecé por la calle Maroncelli. ¡Vaya vaya con la calle! Más que interesante desde el punto de vista creativo, con pequeñas tiendas de moda, galerías de arte y mucha cultura. Llamaron mi atención:

- Una vetusta tienda de relojes antiguos (lemuseumonline.com)

- A unos metros, la osteria del gamberi Rosso y el Pinocho enorme que ocupaba buena parte de su escaparate. Pizzas a muy buen precio. 

Tras la calle Maroncelli, desemboco por casualidad en el Corso Como, una elegante y peatonal calle comercial. En sus tiendas se respira clasicismo y su ambiente es la antítesis de una zona de modernos (eso sería Navigli y de ella hablaré en otro post).

Al final del Corso, me atrae una calle en cuesta que recorre la vía Vincenzo Capelli. Así es como me acerco andando hasta desembocar en el impresionante complejo de las residencias Puorta Nuova, que ocupan la Piazza Gae Aulenti. Ahí es donde tiene sus raices el rascacielos de Unicredit. ¡No puedo parar de hacer fotos! ¡Mamma mía, qué lugar! Describirlo es complicado, así que dejaré que las imágenes hablen por si solas.






Una vez allí, merece la pena entrar en la tienda RED (read/eat/dream). Como su nombre indica, es la animada mezcla entre librería y cafetería y la gente va a pasar el rato, charlar con amigos y relajarse.

Voy muy lenta, me detengo en cada detalle, lo saboreo... 

Vuelvo por Corso Como hasta la Calle Garibaldi, una de las arterias principales de esa parte de la ciudad. Si seguimos su curso desembocaremos en el centro, aunque estoy tan fascinada por todo lo que veo que no sé si será hoy o mañana.

Durante el paseo, llaman mi atención:
  • Herman Miller: una tienda de mobiliario de diseño. 
  • Rossignoli: tienda de bicicletas con un toque tradicional encantador.
  • Rife concept: camisetas de diseño rompedor (para chicas).
  • Botega café cacao: chocolatería con un diseño moderno espectacular. Bien merece una parada. Estilo moderno.

Sigo paseando por Garibaldi, entre foto y foto. Al mirar hacia la izquierda en una de las calles que cortan, me sorprende imponente una plaza con una gran iglesia, robusta y antigua. Me gusta. Me gusta porque eso es Italia, esos contrastes. Me pone en situación, me trae de vuelta a donde estoy, en un país cargado de historia. Recuerdo que en el viaje de estudios fue una de las cosas que más me cautivó del país: el factor sorpresa. Girar una esquina  y...bum...toparse con un monumento enorme e imponente, como salido de la nada. Ese sello de identidad tan italiano...

Otra cosa que me sorprende: ¡hay tranvías! ¡Y muy antiguos! No lo recordaba...

Sigo con mi paseo. Observo. El Obiká es un mozzarella bar resultón. Un local moderno, con sillas industriales de diseño. 

Y cuando ya estoy rozando el centro, decido volver al hotel, ya es de noche. No sin antes quedarme embelesada al mirar a ambos lados y enamorarme de las calles transversales peatonales, pequeñas, estrechas y muy románticas. Vale la pena recorrerlas y perderse por ellas, por la paz que las inunda. Para ejemplo, la Vía Formentini.

Regreso por un tramo de la Vía Pintaccio. Todas y cada una de sus tiendas no tienen desperdicio, ¡qué decoración! A unos pasos me paro ante el escaparate de Pattini, una bonita y surtida pastelería tradicional.

De vuelta a Garibaldi, es casi de noche. Alzo la mirada y, al fondo, pienso que el edificio iluminado de Unicredit parece irreal. Ya llegando al hotel, hay una tienda de ropa infantil súper original: by be.

Aquí acaba mi breve paseo. Pero habrá más. Como la cena en el 10 Corso Como, acertada recomendación de mi amiga Julieta. Antes, un último consejo: en esta ciudad, tened mucha paciencia con la señalización. Es tremendo y acabas dando inevitables vueltas y rodeos para llegar del punto A al B. Nunca, nunca, nunca será la línea recta. Algo muy frustrante. Si me hubiera pasado solo a mí, Milán no hubiera tenido la culpa y la habría asumido yo. Sin embargo, la paz me la da el saber que mis compañeros de viaje, en bloque, tuvieron la misma sensación que yo. Por tanto, más vale tomárselo con calma. Especialmente en esas estaciones de metro y tren de largos y eternos pasillos. Y serán muchos los momentos en los que nos sentiremos desorientados, sin saber donde estamos, en que parada (porque  mires donde mires no lo indica), donde comprar el billete de tren(acabarás subiendo escaleras y bajando y volviendo a subir)...en esos momentos, más vale respirar hondo y pensar que España tampoco es perfecta. 

DATOS PRÁCTICOS

¿Cómo llegar?

De Mallorca a Milán se vuela, entre otras opciones, con Iberia. Primero hasta Madrid y, desde allí, solo restan algo más de dos horas.

¿A qué aeropuerto volar?

Andaba yo un poco perdida cuando a la ida aterricé en el aeropuerto de Malpensa. Me planté allí sin tener ni idea de si estaba cerca o lejos del centro o de cómo llegar. ¡Qué bien se vive en la ignorancia! Pero como dicen, "preguntando se llega a Roma" (en este caso, a Milán). Y resultó que estaba bastante lejos y que el taxi al centro se disparaba hasta la friolera de 65 euros (descartado). Con las únicas opciones sobre la mesa de tren y bus, me decanté por el primero. Tras desembolsar 10 euros y recorrer la distancia equivalente a 40 minutos, estaba en la estación de Garibaldi. ¡Había llegado a casa!

A la vuelta, la salida fue desde Milán Linate, a 6 kilómetros del centro y un precio razonable en taxi. Mucho más cómodo.

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